domingo, 27 de agosto de 2017

El integral de la máquina de hierro


Al fin edición española de esto que veis ahí, el esperado título del artista anteriormente conocido... (mejor quitarle un pedazo) ¡Eroy!, aunque nada que ver con el cineasta castrista Erroy Flynn.
¡Uhm!, lo cierto es que me falta todavía una letra para confundir entusiasmo con auténtica felicidad. Si pudiera pagar en... No, no al menos por esta reseña.

La pínula apunta ya hacia la visual de este largo recopilatorio (vacía ya la faltriquera) y en poco menos de un cuarto y mitad veremos si ha valido la pena tanto derroche. Me pasen la cimitarra para pollos congelados antes de que algún otro —"¡Flojos del carajo!; ¡cagones de nuevos lectores!; ¡no-ve-lis-tas-grá-fi-cos!"— se nos desmaye dentro de la sala frigorífica.




Servida en vasera de 32 x 24 con ese herraje "Integral" que la mercadotecnia de nuestros sagrados empresarios, para el caso, Norma Editorial, nos viene echando en cara desde hace por lo menos un lustro. Así se recogen las dos entregas de que constaría la edición original de Casterman, acertando al escoger para iluminar su portada la ilustración correspondiente al primer número (Le poids du passe). Aunque de todas maneras se eche en falta la ilustración de portada del segundo número original (L´espoir d´un lendemain). No recopilada en la edición española seguramente para dotar esta de un determinado carácter de completitud, como de producción éterea pero monolítica, con que se asume hoy la importancia de toda creación historietística. Porque la serialización no es ya por fin cosa seria. Motivo también que ha podido llevar a los editores a prescindir de la traducción de los títulos faciales de origen, usualmente, y aun cuando se prescinda de la reproducción de una portada original, utilizados todavía como parte de las portadillas que, por ejemplo, separarían las páginas de historieta que se corresponderían con cada una de las entregas originales. —Suerte que tienen en Norma de no poder hacer esto con un Spiderman o un Batman.— Y por lo menos esta vez resultaría ser hasta una opción muy oportuna el eliminar la portadilla utilizada como división entre las 46 páginas que completan el tradicional churro franco-gaufres, ya que la organización de la estructura interna del simple relato de esta historia casi invitaba a ello. Ver así enfrentadas la última y la primera página correspondientes a Le poids du passe y L´espoir d´un lendemain, fuese o no intención de los autores, nadie se lo va a preguntar, resultaría en una lectura tan natural y contemporánea como las que pueden ofertar las más patrióticas novelas gráficas del momento. Puede anotarse como prueba la habilidad de los autores para prescindir de cualquier texto con voluntad de resumen e idear una secuencia panorámica que dé cuenta de la continuidad de los sucesos entre la última página del primer número y la página inicial del segundo número original, 48 y 51 en la edición de Norma, entre las que media una insustancial ilustración donde perfectamente podría encontrar su hueco la otra portada. Si la exigencia por mantener una paginación determinada impidiera realmente prescindir de esas páginas de separación, como pudiera ser el caso. [1] 
De hecho, las páginas iniciales servirían para comenzar a modelar un típico cuaderno de superhéroes, o casi, y dan una buena idea de cómo atrapar al lectoespectador de un topetazo, presentando la acción a poco de empezar a verse dar de cabezazos a los personajes. La portada escogida, eso sí, no podía resultar más idónea para presentar esta historieta. No sólo porque muestre un hormiguero de atractivos personajes que invitan a agarrar este artefacto editorial en una librería, sino que, al poco de concluir su lectura, esta le vuelve a uno a la memoria al rescatar del mito el dolor de una familia desprendido de aquel acontecimiento real que protagonizan. Inventados, como son estos personajes, no parten de ningún vacío ni son en sí mismos el testimonio único y solitario de un narrador individual. Sin querer desvelar gran cosa, podría decir que:

Están muy presentes en ellos las distintas situaciones generacionales, la estación está atravesada de muchas vías, y en la historia se muestra hasta cierto punto la manera en que se desenvolvía la vida familiar y social (tan repetitiva y restrictiva) del tiempo que va entre las dos guerras mundiales. El tren distingue así todas las estaciones de la Alemania de esos años: la angustia, la desesperación, la inercia. Desde la atmósfera pautada por el locus horrendus nada romántico del frente del Yser a las ceremonias públicas de hostigamiento y castigo a los forzosos culpables de la humillante derrota en las calles de las ciudades alemanas. La consolidación del régimen nazi  y las proporciones grotescas de una barbarie invisible, más salvaje cuanto más cotidiana, según se ha dicho, que pasa por mostrar las hazañas de un soldado psicótico entre la niebla y el barro de un campo de batalla durante la I Guerra mundial a la vida bohemia del hijo de este y a una sociedad belga, ocupada ya entonces por el ejército nazi, casi calculadamente insensible a la persecución de los judíos. Vidas atravesadas de parte a parte, en su juventud o en su madurez, por una máquina de hierro. [2]

Así, al menos espero quede suficientemente claro que el empaque de la edición merece el derroche y vale lo que a uno le cuesta. Los minions editores se han esmerado al extraer  para las guardas de su 32 x 24 una imagen (el editor español retoma el motivo de la edición original) de entre las páginas de esta historieta que resulte del todo acorde con la perversidad del drama que narran Kid Toussaint y José María Eroy. Y la verdad es que ni siempre se molestan con estas cosas, apenas un ejemplo: La muerte de Stalin, con guardas en rojo desenamorado, aunque cuente con una excelente sección de extras. [3] Un aficionado a las catastrofes podría imaginarse que en Norma Editorial hubieran preferido encuadrar una historia como esta dentro de la colección Nómadas. Más discreta, pequeñita, y hasta seria. Según expedía la teoría de la novela gráfica al uso hasta hace dos días. Pero se han molestado en traducir un prólogo, incluso, y a añadir un pequeño texto a modo de noticia sobre el prologuista. Sorprendentemente, el prólogo en realidad resulta testimonial y autobiográfico, además de un paratexto idóneo para que caigan en las peores trampas de la divulgación periodistas y críticos. —De haber sido lanzado a la vía desde la locomotora de Astiferri media España estaría llorando o gritando donde se llora y grita ahora mismo (¡en Fasteburro y en Buittrer!).

Agárreme usted ese prólogo (y no sea quejica):

Viste mucho el prólogo. Por la trascendencia de quien lo firma, lo evidente de su dolor y la grandeza de su tarea. Simon Gronowski, que nació en 1931 y es judío, pudo plasmar sus vivencias infantiles en uno de sus reportajes novelados y continua ofreciendo testimonio de las persecuciones y los crímenes contra la humanidad que él mismo sufrió siendo todavía niño durante la II Guerra mundial. La historieta de Toussaint y Eroy parte de ese conocimiento legado por Simon Gronowski no como un modelo que permite representar los hechos históricos, pues ni siquiera aparece como personaje, sino para ofrecer una experiencia palpable y medida. Acaso porque sin ser esta una de tantas groseras biografías en viñetas como hay, ni una adaptación, comprendemos que el que hoy ha llegado a ser Simon Gronowski marchó también en uno de los vagones que transportan hacia la muerte a los portagonistas del cómic. Su vida, como cuenta en el prólogo, se cruzó un día con la de quienes pudieron ser unos personajes más de esta historieta. Él sobrevivió. También algunos de los protagonistas de la historia lo conseguirán. En ese momento, la ficción trascenderá la más vulgar significación intencional (toda metáfora), lo quieran o no los autores, aunque de todos modos nadie se lo vaya a preguntar, y la similitud con los referentes reales dejará de ser importante. De tal modo que se logre alcanzar la simpatía definitva que consagra al poder de lo dibujado todo lo concreto. El seísmo histórico será entonces ya indistinguible de la incisión rigurosa de la ficción, y, tal como creo que temían en Casterman, verdaderos propiciadores de esta introducción, el rostro del prologuista quedará así fijado en la copia hasta que sus diferentes historias nos resulten una por otra iguales.
La orientación emocional del contexto histórico y social asimilada a una fórmula de verosimilitud a partir de la que presentar los argumentos del desguace militar queda para el prologuista. Al igual que los peores actores de Hollywood, de John Wayne a Vincent Price, los personajes actúan mucho más eficazmente que cualquier testimonio. La historieta es la auténtica casa de horror. Infernal como es, hay algo que pertenece al reino de la humanidad en todos sus rincones, planas, viñetas, dibujos, que sin duda hará regresar al lector de donde quiera que haya venido para no volver a cerrar ni asegurar la puerta de su paraíso. Al contrario de lo que suele ocurrir tras consumar el disfrute de tantísimas historias convertidas luego en programa de mano de unos hechos históricos "que se deben dar a conocer".


No existen fuerzas extraordinarias.
(Leitmotiv antigubernamental.)

Mediante esta primera página se inicia el comienzo y final de la historia. En su última viñeta, la protagonista, cansada de tanta oscuridad, aparece cegada por el pasado, y, así, introduce al lector por las siguientes páginas en las calamidades que resumen y acotan su desgracia personal, y el tema que ocupa a los autores en esta historieta, a través de distintas secuencias en las que el tiempo de la historia y su discurso conseguirán salvar para el lector la distancia infranqueable que parece velar la mirada de Olya respecto a los acontecimientos históricos con que la han condenado. El ritmo en el que se disponen las secuencias es ya una profundización de esta condena en la que se hunden los personajes. Los hermanos que no regresaron. Los padres que sí lo hicieron. Junto a los dones que, en cualquier caso, nunca se conseguirán cultivar, siendo trocados por un humillante asesinato como culminación a la aventura de la I Guerra mundial. Un relato dispuesto anacrónicamente que implica hasta a tres familias de distinto origen. De este modo, Joachim, padre de Olya y Mathias, cruza su vida en una misma trinchera en el frente de la I Guerra mundial con la del padre del soldado del ejército nazi Wilhem Maier, quien, a su vez, va a compartir la suya con Olya. Y por dos veces. Sin que de su primer encuentro, todavía en Alemania, siendo unos niños, vaya a asomar una posible redención para ninguno.
Pronto se advierten tres grandes momentos, parcelados por el guionista de acuerdo al carácter y la hoja de vida de cada uno de los personajes: la amistad y el amor, la guerra y el miedo, el dolor y la resignación. De hecho, el único héroe de la historia es un suicida. Que solo con su irrupción modifica la que en cualquier otra trama podría haber devenido en una gloriosa atmósfera bélica protagonizada por peregrinos hollywoodienses que fueran a alcanzar la iluminación a fuerza de contemplar atrocidades. Su espectral aparición durante la primera parte de la historia (la primera de las dos entregas para la colección original; y ahora ya me empieza a (sigh) enfadar esto de no poder pagar en...) va a ser espectacularmemente duplicada en la segunda mitad, en las páginas 70 a 72, replicando un acontecimiento que se localiza en el mismo tiempo y lugar previamente conocido del lector en páginas 7 a 9, una escena mediante la que se presentan dos perspectivas y secuencias distintas de un mismo lance en el campo de batalla. Desde el bando alemán, en primera instancia, con el sacrificio inútil del hermano de Joachim, soldado judío del Ejército imperial, así como desde el bando contrario, a través del cabo Alphonse Thys, el ejecutor, con lo que acento expositivo y argumental confluyen en el clima moral que rodea a la guerra. Donde las acciones heroicas llegan más lejos y alcanzan resultados más atroces de lo que que las propias órdenes de batalla a veces demandan de los soldados.
A partir de este mismo esquema de repeticiones se reanuda la vida tras la I Guerra mundial, destaca en este punto la negación a admitir el sufrimiento dejado por la contienda en alguno de los personajes así como la puesta en paralelo de este olvido con la situación dramática que derivará en una fractura social en Alemania. Un romance frustrado, una vida familiar trágica  y un enfrentamiento postergado propicían además que en este circuito de repeticiones entre padres e hijos algunos de los personajes que van a agrandar acciones pasadas troquen aquí el rol que jugaron respecto a las figuras a las que duplican. El misterio que se dispone en torno a las tres familias recae principalmente en el lado judío: el protagonismo de Olya es central, pese a la orientación coral hacia la que se ha ajustado la historia. En última instancia, es alrededor de Olya que circulan el resto de personajes y la armonización entre aquellos que ilusoriamente se configuran al margen de la sociedad y los que han quedado diezmados en su voluntad por los estándares del nacionalsocialismo. Más exactamente, los amantes dan forma en esta historieta al acto de conciencia que sobre la realidad de las coordenadas espacio-temporales tiene que llevar a término el lectoespectador. La reunión frustrada aun en su inicio, durante la juventud de Olya, se duplicará justo al final. Ya entre medias, como para mayor suspense, el guionista no dejará lugar a dudas sobre la imparcialidad de un amor que podría ocultar también una traición.  
Y, ya era hora de decirlo, estamos ante una historieta romántica de la más atractiva especie. Digna de leerse por la más gorda de vuestras madres y tías.  —Los padres y los tíos gordos no leen, porque leer por simple disfrute no es serio; lo serio es el fútbol y la novela gráfica en cuadernillos estadounidenses a colores como Watchmen.— En la que el realismo cronotópico que acompaña desde siempre a la historieta de temática histórica de tradición franco-graufesa se cultiva de principio a fin, aunque nunca resultaría tan atractiva (¡ni la mitad de la mitad de atractiva!) si el jodio del guionista no hubiera sido capaz de activar para nosotros ese cachivache tan conmovedor que, dicen, mueve hasta a las vacas. Y no sé yo si hasta a las moscas que persiguen a las vacas.


Mi secuencia favorita, una delicia ver que este autor es capaz de llevar a página situaciones tan cotidianas como esta.

Todavía quedará quien crea en lo inconveniente de proponer un análisis de conciencia acerca de un acontecimiento como la Shoa y lograr esto por algo menos de cien páginas sin incidir necesariamente en las imágenes más impactantes, aquellas que han ilustrado la dimensión inhumana del salvajismo nazi consumando su contexto histórico-político. Que desde luego son escenificadas aquí igualmente, por ejemplo, a través de la evolución del exterminio y la progresión de sus métodos técnicos. Aunque ocupando una dimensión más informativa que narrativa, tal y como se entiende en una historieta desde que Tintín dio su primer paso alargando las piernas para echar a correr de una viñeta a otra, por ejemplo: mediante páginas en las que se acumulan datos, fechas, citas y personajes relevantes, o, incluso, algún otro menos importante para el desarrollo de la guerra y la situación de los judíos dentro del conflicto. Aunque totalmente supeditadas a la historia de los personajes y a las distintas circunstancias vitales que estos atraviesan a lo largo del relato; así como a la más compleja disposición cronológica, unas veces ligadas más evidentemente que en otras, como ocurriría entre las páginas 62-63 y 64-65, o 66 y 67, en las que un simple diálogo (pág. 63) o uno de los elementos de alguna de las viñetas (pág. 66) sirve de engarce entre las secuencias protagonizadas por los personajes de la historia y estas otras páginas netamente informativas. Páginas, por otro lado, que no se caracterizarían ya por una eficacia narrativa tan dependiente de la secuencialidad como por un requisito de verosimilitd con el que quede fijada una relación causal y temporal dentro del marco en el que se desarrolla la historia. Nada nuevo para su ilustrador, al que ya se le recuerda alguna página similar precisamente en cómics o historietas de la misma forma inclinadas argumentalmente hacia el espectro de lo militar (de las cuales tal vez sea Off the record (2014, Jot Down) la más cercana en el tiempo). Pese a que ninguna posea una costura de este tipo. En cuanto a lo exigente de su documentación y lo intrincado y preciso de la acomodación a cierta verosimilitud histórica como exige el mercado vecino de más allá de los Pirineos. Los locos de la historia, y más todavía los chalados por los conflictos militares, están de enhorabuena.
Los que simplemente siguen a Eroy como pudieran hacer con tantos otros autores, tendrán que conformarse con pasar las páginas y tratar de entrever dónde ha podido dejar esta vez el autor su estampilla a través del espaciado de tantísimas viñetas. El contorneado de algunas figuras o rostros y el uso de determinadas  perspectivas a modo de una caligrafía de autor llevarán se quiera o no al encuentro de aquel otro dibujante. El mismo de siempre pero con más páginas troceadas bajo su escritorio. Y puede que hasta el reflejo por dos veces hermoso de algún viejo personaje haya prestado aquí su máscara a otro mucho más joven que él. Se ruega destapar hacia la mitad y empezar a escudriñar los cristales rotos si lo que únicamente se persigue es el olor a viejo. Y dejarlo estar ahí. Porque lo demás es nuevo y mejor que aquello en lo que aquí se trata: un drama histórico con un amplio grupo de receptores que incide en la manipulación, el miedo y la opresión, particularmente de los judíos, y donde Eroy tiene la suerte de plasmar la cotidianeidad de ciertos instantes con la alienación provocada por las dos guerras mundiales. Con toda la acumulación de referentes y recursos que le han hecho conocido del aficionado español (y tan odiado en Plutón; donde sus obras completas han llegado a quemarse públicamente en varias ocasiones, según he leído en Wikipedia).
¿Estilo? ¿Vicio? ¿Oficio, celeridad y economía de medios? Un poco de los tres, necesariamente. —¡No todo es arte y desmayo del aficionado!


Encabalgando viñetas (¡a la porra el espaciado tintinesco!) para satisfacer el gusto por lo fantástico de los más feroces.

Como quiera que nunca estaremos seguros de si será editorialmente factible volver a tener a mano en español un 'coso' —¡el pago en... el pago en....; ojo al guionista, y a como organiza sus recursos dentro de los márgenes del álBum francés: es de los que salen a la pista de Baile con camisa de fuerza y disfrutan Bailando— de estos dos autores, más nos vale guardar nuestro ejemplar a buen recaudo de amigos o mascotas. No prestarlo ni a sus novias (o a sus madres), y hacer que se lo compren de una vez o pierdan la mano en un cepo intentando robar uno.
Creo que he visto en francés, colgando por ahí, hasta una guía escolar dedicada a À l'ombre du convoi. Por entre los cascajos de la blogósfera de la cosa del tebeo, una reseña que vale la pena:

A la sombra del convoy, de Toussaint y Beroy: historias de la Historia con un hecho real de fondo


Y de parte del editor, una ficha dentro de su catálogo online. Aunque por lo menos eliminaron de la tapia en Facebook el comentario de un idiota negacionista que ni era pelirrojo.

[1] Y con esto se acaba el momento frikizoide, al primero que intente venderme ahora un muñecajo o alguna camiseta le retorceré el brazo hasta oírle gritar Shazam.
[2] Para vagos en busca de una sinopsis editorial, o exégesis prologuera: "¡Shazam!"
[3] ¡Qué se note que ando nadando en dólares! —Luego los recojo y los seco para volver a ducharme otra vez; pero sólo por gusto, con tiempo, y no más de dos o tres veces al mes.