martes, 26 de julio de 2016

Tebeos como ballenas y comix ¡a la vista!




La sacudida del comix pasó en nada, o eso creo, se ha dicho alguna vez que los editores acabaron con las estrellas del underground —aunque también la subida generalizada en todo el país del precio de la barra pan, los dos donuts, y la litrona retornable—, de ahí que apenas nos  haya quedado de esa etiqueta vestigial sino los respingos de coleccionistas y los botes seguidos de las aleluyas con que se celebran en los dispensarios para la segunda mano comiquera los encuentros con esos vestigios en X. Ya sea en forma de fanzines como de revistas, o los todavía más raros cuadernos y libros monográficos, que los hubo, publicaciones en cualquier caso con una difusión limitada. No tanto por disponer entonces de una distribución las más de las veces exclusivamente local, sino sobre todo por haber quedado restringidas al conocimiento y publicidad difundidos a través de redes sociales minoritarias, asociaciones intersticiales o meros colectivos con intereses afines.
Imagino que así debió de ocurrir con esta entrega especial que el Ecologista dedicó por entero a la publicación de historietas (y que sus dibujantes cedieron de forma desinterada, según se afirmaba en créditos: "Todos los cómix publicados en este número, han sido realizados para el Ecologista de forma desinteresada por sus autores, o bien cedidos de los que ya realizaron."), un tebeo de verás bueno de apalpar si uno tiene la suerte de encontrarse un ejemplar raído, donde quiera que los guarden, por cuanto ni siquiera parece demasiado difícil imaginar el propósito o la finalidad con que se dio a la luz un número como este dentro de una publicación con un enfoque y sobre una temática tan concretos. Por más que existiesen varias revistas y publicaciones entre las que quizás se compartía hasta un mismo ideario profesional respecto a la labor periodística, como, por ejemplo, la mucho más célebre revista El viejo topo, con sus siempre cumplidas secciones de historieta y artículos sobre el medio. Posible allá en tiempos cuando el cOmic, no tanto la historieta y quienes durante  décadas habían estado realizándolas mejor o peor pero de forma profesional, estaba de moda y todo era o un dulce sueño o una pesadilla inconcreta de jóvenes nuevos autores. Libres, por cierto, y tan bien librados, aunque no fueran el arte ni la historieta alechugada sobre sí misma tema constante y casi único en eso de los rebullidos comix, que lo mismo podían pasar de ser reclamados al servicio de un asunto tan específico como la defensa de las ballenas a servir de denuncia social y política reflejando la contaminación de los acuíferos o la campaña política a la alcaldía  de Madrid.
Reflejos de la mundanal suciedad gracias a los que uno se da cuenta que la cosa ya era seria mucho antes de que ninguna pasosa sotabarba con rebañaduras poéticas decidiese engordar sus sienes alrededor del medio.  El formato, el mundillo o la industria...  Que ya no sé cómo quieren llamarlo a esto de la historieta por los tebeos.
Si va a ser casualidad que justo  tras leer la ultima página de la revista uno se encuentre ante el cuponazo de suscripción a el Ecologista. Por suerte la historieta no era algo normal todavía; la dignificación se aguantaba por la tilde puesta al cOmic, y el resto todavía hasta servía para algo.

El cómix por dentro 

(Para que lo compres si lo ves y te alcanza)

 

En su momento la ilustración de portada debió de ser considerada no sólo acertada sino muy conveniente; y, además, los lectores seguro reconocían allí al personaje que la protagonizaba.
Todavía en España en 1980, hacen varias décadas contando con los dedos, y yo tengo dos dedos más de lo normal, la ecología y el compromiso medioambiental consistían ante todo en un movimiento, una lucha, y no esa algo abstracta conciencia demediada entre las ideas sobre el gasto energético y el consumo responsable que venden en los ayuntamientos de cualquier pueblo o ciudad. Y aun muchos partidos políticos autodenominados verdes. La ecología era justicia y denuncia tanto como el anarquismo pudo ser religiosamente redentor para los cuerpos a principios de aquel siglo, ser ecologista y hacer declaración de ello no era comprar una determinada marca de yogures o reutilizar andrajos de viejas ropas como forma de aseo personal. Ni siquiera esconderse en una aldea a sembrar ajos. Puesto que se tenía todavía en cuenta que cualquier reclamación debía ser colectiva a la vez que una acción emancipadora. Proteger, salvar, proclamar cualquier causa ecologista implicaba denunciar ciertas servidumbres pero ante todo luchar contra una dominación, un poder de ningún modo indeterminado y sí muy concreto aunque cambiase o fuera nombrado de muchas formas distintas.
Ecología y ecologistas no eran algo normal en 1980 (año de tan felicísima publicación).
Tampoco el comix y ese puntito de aire popular y violento que serviría para singularizar las obras de esta especie como centones de la historieta por sus muchos préstamos e influencias, así como el gusto o la necesidad entre sus autores por atravesar distintos géneros provocando una distancia entre el discurso y los temas de sus historias que los librasen de lo convencional hasta hacerlos resultar extraños. Al menos tanto como las iniciativas ecológicas lo son respecto a lo que no existe, al hombre solo, ese individuo normal sobre cuyas espaldas pesan hoy la contaminación atmosférica y el agujero de la capa de ozono, la desaparición del lince ibérico, la buena marcha del comercio justo y toda la fea y mala cochambre en el planeta así en general y en cualquier parte. Un punto entonces común de ambos mundos, la ecología y el comix, el de ser un asunto colectivo antes que individual, que tal vez hoy se haya diluido por la perfección del arte y el ingenio narrativo (que seguro que sí, ¡je!) y el cacareo sobre las posibilidades del medio llevadas siempre a ningún lado.
Eso en cuanto al cOmic, lo del ecologismo está en manos de los hipsters y sus bolsas de fécula de patata.
Seguro que ni habiendo nacido en Madrid un  hipster reconocería al hombre público y su Thompson con cargador circular en esta portada, que es quizás el mayor atractivo del tebeo: Enrique Tierno Galván. Personaje de una historieta paródica de género policíaco en la que las pesquisas de un duro investigador privado desmigajan las circunstacias del pacto político que posibilitó la ascensión de Tierno Galván a la alcaldía madrileña. Una historia violenta al parecer publicada diariamente en El Periódico durante 1979, siendo firmada por Saco, que conserva todo el atractivo de ver transitar bajo la máscara y el comercio entre hampones hollywoodianos a los contendientes políticos surgidos tras la muerte de aquel al que llaman "el Padrino". —No habrá aclaración para los hipsters sobre este punto; y tampoco robaré ninguna imagen para que se desvelen en la noche soñando con cosas terribles; por descontado que aparece el Fraga travestido como todo un pasmarote y en mitad de la calle.
Una curiosidad no mucho menor pueda ser, al menos para esas cosas que a la banda deseñada importan (y no estoy traduciendo del portugués por un complejo francés hacia la cosa del medio, se supone que este es algún término complejo que utilizan algunas buenas gentes al hablar en lengua gallega) la presencia del eje Fene - Cabanas - Pontedeume. No hablo de RENFE, tan poquita cosa por allí, sino de los dibujantes gallegos Xaquín Marín, Oti, y Pepe Barro, autores contra la mansedumbre del cOmic aquí avecinados al comix gracias a la llamada de Adega, César Portela o la Sociedade Galega de Historia Natural, que figuran como integrantes de la Junta de fundadores provisional en los créditos de publicación de este tebeo.
De los tres son bien conocidas sus preocupaciones medioambientales, a buen seguro que todos continúan estando fichados en algún perdido archivo de gentes peligrosas por comprometidos, incluso por extraños, aunque sin duda el más reputado en el ámbito de la historieta sea el humorista Xaquín Marín. Con dos historietas aquí, ambas con una doble rotulación en gallego y castellano: A caza da balea / La caza de la ballena, y El progreso. Algo afeada esta segunda por el hecho de no haberse publicado enfrentadas la una a la otra las dos páginas de que se compone, tal y como serían recopiladas después en el libro Dos pés a testa (1986, Galaxia). El mismo en que también se recopilaron las otras dos páginas de A caza da balea, y que por venganza contra los editores incapaces de reeditarlas me he decidido a no escanear ni a robar siquiera una viñeta o dibujo. Y por si su eficacia narrativa provocase el colapso entre algún cuerpo policial de hipsters.

 



Creo haber visto esta otra, la de Pepe Barro, así puesta de tapadillo en algún online por ahí; ¡ojo!, que lo mismo que digo ahora que era una historieta mañana voy y repito que se trataba de una única viñeta y la recojo levantándola más allá de las nubes hasta el humor gráfico. El tema de la obra es muy ochentero, a la vez que eminentemente gallego. Como sabrán reconocer los recolectores de hilillos en ascenso vertical.
De Oti tenemos aquí la tira: una y vertical, más o menos dice aquello de "Cuando una flor se abre...", justo en la última página. Pues son las tres con las que se acaba el tebeo (sin contar las cubiertas; la contra fue aprovechada para publicar la única historieta en color de este número especial a la búsqueda de apoyo económico y, por tanto, de nuevos suscriptores) que recogen tiras e historietas de autores desconocidos, muy elementales en su mayoría, pero que tampoco quedan lejos al menos en su temática e intenciones al resto de las obras con que apechuga el Ecologista:
Por ejemplo la satírica versión sobre la caza de ballenas firmada por Aceytuno, recordemos que la fecha de portada no es otra que el mes de octubre del año 1980, o año Paul Watson:






















Arpón frío sobre cachalote en forma de historieta que sería recuperada en 1990 por la revista El llapiceru en su núm. 4.
También de ballenas y hombres tiraron Romeu y su niño Miguelito por una única página seguro recuperada en alguna antología posterior, si es que realmente no fue publicada con anterioridad.
Sobre la suciedad y la cochambre universal salió al paso un tal Helios, al que trato de tal por puro desconocimiento, con una curiosa historieta que tal vez se prometía episódica al finalizar en su cuarta página con un sugestivo: "Fin del espisodio..". Que bien pudiera ser tanto una cita sarcástica con que resumir el ciclo de la vida de una ciudad de ratas empantanada por la contaminación ambiental cuya destrucción obligaría a huir a sus habitantes hacia la aún más desgraciada realidad exterior como un auténtico aviso sobre la continuidad de la serie. A saber...
Y a saber si el (también) tal Espinosa que firma una historieta de cuatro páginas con susto final titulada La prueba no pueda ser Pedro Espinosa: Zero Comics, Comix Internacional, Cimoc, Cairo, Más Madera, el Jueves.
Hay dos firmas en esa historia, "P.ESPINOSX", en la página inicial, y, "ESPINOSA80", en la última página. Aunque como pistas no sirvan de mucho sin una imagen, creo que tampoco sería extraño que de verdad se tratase del mismo autor teniendo en cuenta que el dibujante Rafa Estrada participó también de este mismo especial; con otra historieta corta de ciencia ficción, 2001, en la que una pala recogía la basura orbital del sistema solar más conocido de la historia. Y a todos nosotros entre los desperdicios.
No menos curioso y enigmático resulta encontrarse con cierto nombre entre los agradecimientos a los autores, tanto a los participantes como a los que queriendo colaborar con el Ecologista finalmente no consiguieron ver su obra publicada: "M. Fontdevila". De ser él, quién sabe, quizás se colase un chiste o alguna pequeña historieta ecológica por algún número hoy ya olvidado de esta publicación.
Y estaría bien poder encontrarlo.
Quizás sería suficiente buscar la redacción de el Ecologista y preguntar allí:

Leer Una buhardilla en Madrid, historieta de Barbi (Fernando Llorente, uno entre los barbudos miembros del equipo de grafistas y maquetadores de la publicación), podría ser un buen primer paso detectivesco hacia la resolución de los enigmas despertados tras el ojeo de este número especial y ecológico. Aunque como ya estaban bajo vigilancia, según cómicamente parece querer atestiguar la propia historieta de Barbi, quizás sería mejor ir a preguntar directamente por la presencia de obra fontdevilana dentro de el Ecologista en el Ministerio de Interior.

Pero vosotros a lo vuestro, ¡a por el tesoro barato del arrope!

[¡Vaaale... También hay algo de Max.]