sábado, 19 de marzo de 2016

Un ejemplo del animal-dibujante brasiliensis Flavio Colin

UM ÚLTIMO CAUSO

Vou encerrar este singelo depoimento contando mais uma pequena história.
Quando fui morar em Curitiba pela segunda vez, aluguei uma pequena casa de madeira. Certa noite, estaba desenhando —uma HQ, claro—  e pasando nanquim com uma peninha, como sempre faço antes de dar o acabamento com o pincel. Minha esposa já se recolhera, pois fazia frio. A casa estava em silêncio. Tenho, ao lado da prancheta, um grande gaveteiro, onde guardo material, papéis, correspondência, revistas etc. Súbito, ouvi um ruido, leve e insistente, de papel rasgado. Suspendi a caneta e agucei o ouvido. Silêncio. Continuei a passar a peninha, e o ruído recomeçou. Parou. Recomecei. Recomençou. Pensei: "É camundongo". Terminei a página e fui dormir.
No dia seguinte, abri as gavetas e procurei os vestígios do "banquete". Numa delas encontrei grande quantidade de papel picado. As "sobras". Remexendo nas revistas, verifiquei que o camundongo roera, quase até o fim, deixando só a lombada, um número de As Aventuras do Anjo —exatamente O Lenhador Maldito.
Não coloquei veneno, nem armei ratoeira.
 

Aquele camundongo safado tinha paladar...

Ruidoso y oculto orgullo el de Flavio Colin por el oficio noctívago de historietista al comparar su propia voluntad e inventiva con la avidez golosa del ratón y los  papeles desmenuzados de un viejo tebeo. Imagen ante la que cualquier lector —lo sea o no de historietas— se siente arrastrado a trapichear con la fotografía secreta y fantasiosa de alguna especie de sujeto poético así perdido en la noche. Incluso un aficionado brasileño, pues Brasil como mercado historietístico no parece dado a grandes rescates actualmente. Ni siquiera al amparo de reivindicaciones artísticas.
Por eso debe celebrarse que una voluntad y una inspiración tan semejantes a las del propio Flavio Colin acertasen a publicar un tebeo como Caraíba (Desiderata, 2007) en el que realidad y entretenimiento se combinan con un original dominio del dibujo de historietas. Ya las cubiertas diseñadas por Odyr Berardi a partir de ilustraciones tomadas de la obra misma valen más que cualquier reseña o comentario: 



A ese excelente diseño viene a sumarse una rara y exquisita selección de textos escritos por el propio Colin, ya fallecido al publicarse el libro, siendo el primero de ellos una breve y somera introducción sobre el cáracter y las motivaciones del protagonista titulada: "Caraíba, de caçador a herói da floresta". El segundo texto,
titulado como "Colin por ele mesmo", constituye una sección excepcional por su amplitud y su carácter testimonial al dar cuenta el propio dibujante de sus inicios e influencias en el campo del dibujo y el medio de la historieta. A la par de revelarnos sus anhelos, frustraciones, amistades, esperanzas, y, también, sus opiniones acerca de la producción y la industria brasileñas. Notas que ni necesitan de la mediación de un divulgador o comentarista debido a la facilidad con que estas  convergen con la exposición de algunos episodios cruciales dentro de la historia de la historieta en Brasil, logrando que  el relato de Colin constituya un desafío para cualquier aficionado que lo sea ya no de la obra de Colin sino a la historieta en cualquier parte del mundo. Como colofón al libro el responsable del diseño y también historietista Odyr dedica un epílogo al arte del dibujante carioca, que titula "A pedra fundamental de Flavio Colin": un tesoro consistente en la impactante reproducción del lápiz de la primera página de historieta que abre Caraíba, más una comparativa con otra versión de esa misma página y su traslación al formato de tira. Un complemento magistral a la lectura de esta obra y a la labor de los propios editores de este tebeo. 

Caraíba de Flavio Colin

Con un planteamiento argumental inclinado propiamente hacia la aventura determinada por preocupaciones ecológicas, Caraíba es una serie en la que se entremezclan la fascinación del dibujante por la naturaleza y el folclore brasileños. Una fascinación bien conocida mediante la que se proclama cierto sentimiento de propiedad que la naturaleza parece ejercer comunitariamente sobre el hombre a través de sus seres fantásticos, como el Curupira o la Iara,  que mediante el humor antes que por mero dramatismo van a convertir al cazador profesional protagonista de la historia en un nuevo campeón de la floresta.
Lejos de tratarse de un leve e ilusionado ejercicio imaginativo, esta historieta entronca temáticamente con otras de las creaciones del dibujante, como O Curupira (Pixel) o Mapinguari (Opera Graphica), cuyo horizonte se encuentraría en la intersección entre el mundo de sus posibles lectores y las visiones mitológicas que, en clave didáctica y favoreciendo una colaboración entre lector y autor, Colin recoge del folclore y los cuentos tradicionales para combatir la pasividad de un público desdeñoso. O, cuando menos, de un mercado nacional indiferente por entonces a temas o asuntos brasileños. Pese a tratarse de una serie de la que llegaron a proyectarse al menos cuatro álbumes de 48 páginas, Caraíba quedó como tal inconclusa tras la entrega de los originales de dos de ellos a un editor belga. Un tal Piet de Lombaerd que contrató Caraíba para su publicación en Europa sin que realmente fuese lanzada al mercado; para colmo, apenas le fueron devueltas al autor las páginas originales correspondientes al primer álbum. Por lo que el material reunido para esta edición —su primera y única hasta que a algún francés le entre morriña y decida publicarla allí— lo componen dos historias de cuarenta y ocho páginas y una de diez. Todas conclusivas, es decir, con principio y fin, marcadas por el periplo aventurero de un único protagonista junto a sus coadyuvantes y la recurrencia de algunos pocos personajes secundarios dentro del escenario único, diferente y fantástico de la amazonía brasileña.
En la primera de las historias se narra el encuentro de Caraíba con el Curupira, geniecillo burlón y menudo que merodea por los bosques mirando por sus criaturas, y no siendo más que una presentación del protagonista no dejará menos impresionado al lector que las dos siguientes. No por la trama, que buenamente pueda resumirse en la conversión de un cazador de fieras profesional implicado en la trata de animales exóticos en un héroe ecológico, sino por las composiciones planas de Colin en las que el perfil de las distintas especies animales llegan a un nivel tal de simplicidad pero a la vez resultan tan decorativas que se hace imposible imaginar una base fotográfica tras estos dibujos.
Y eso sabiendo que el dibujante mismo llevaba a orgullo su celo por la documentación, y el haber coleccionado revistas cinegéticas y todo cuanto libro sobre fauna se cruzara en su camino. Aquí va una viñeta a página llena en la que muy bien se podría haber optado por la figura del jaguar para centrar el enfoque de la misma composición, sin embargo el brasileño estaba hecho de otra pasta:



Contra lo que se pueda creer tampoco se trata de la típica página de apertura o cierre de un episodio. — ¡Ni de un grabado!— Estas son todavía más maravillosas y sirven antes que nada para introducirnos en la escena. Apareciendo siempre ligadas a un mismo espacio, el río, a partir del que tan apropiadamente se encauza el relato entre unas historias y otras. De manera que se vuelva innecesaria una perspectiva omnisciente. O el uso de cartelas con carnosas y desmedidas descripciones mucho mejor sustituidas por una frase de carácter espacial y temporal por más que casi indefinible muy a tono con una aventura en la selva. Son estas cartelas las que dotan de prominencia a toda primera viñeta por esas páginas de presentación a partir del sencillo dicho: "Floresta amazónica...". La selva toda cuya exhuberancia rodea a Caraíba mientras se aproxima a aquel paraje en el que va a aprovechar para desembarcar cumpliendo con alguna de sus tareas o misiones sobre las que Colin da cuenta en cada primera viñeta al destacar un elemento emblemático dentro de la trama y argumento para cada historia. Tal como el acto predatorio y la caza lo son en la primera parte del libro centrada en la conversión del protagonista, y en cuya página inicial se nos muestra a un yacaré que atrapa a una garza que a su vez estaba a punto de engullir a un pez que intentaba tragarse a un insecto. Escena que volverá a repetirse en la última parte mediante la enconada lucha entre un tapir, un jaguar y una anaconda, mientras que en la aventura intermedia serán los troncos de unos árboles los que marcan la deforestación como el motivo en torno al cual se centrará la historia.
Es a partir de esas tres viñetas de cada primera página, la superior, de mayores dimensiones, junto a las dos inferiores con las que se reduce el enfoque  para invariablemente otorgar continuidad a la escena por las dos siguientes páginas o más, que Colin construye el escenario en el que se va a desarrollar una serie completa de acciones que podrían caracterizarse como costumbristas en tanto que tratan de reproducir gestos y movimientos coreográficos de un cazador o de alguno de los pobladores de la Amazonía. Aunque eludiendo los típicos bloques-duración, ya que el escenario se prolonga por varias páginas sin que por ello la acción se demore, o, como alctualmente se ha vuelto demasiado común, la narración se estanque al acopiar dosis mínimas de información viñeta tras viñeta con las que evitarse abordar un más complejo empleo de la elipsis, y ello merced a un dibujo caricatural, recargado, y eminentemente descriptivo. Mediante el que Colin consigue acelerar detalles de la expresión corporal y gestual de los personajes, por ejemplo, al ocultar por toda una viñeta junto a una enorme onomatopeya la mayor parte del rostro de Caraíba (justo el lado izquierdo) mediante la nube producida a un disparo de su fusil. Si bien esta habilidad del historietista es patente ya en el dibujo estilizado de una vegetación selvática que reconocemos vigorosa y abundante. Un elemento que, por lo demás, Colin se esfuerza en diferenciar a lo largo del relato al sustituir algunas figuras o piezas vegetales por otros nuevos patrones asimismo representativos de otros nuevos territorios.




 

Otro ejemplo muy curioso, aunque no haya acertado esta vez a robar un escaneo con que poder ilustrarlo, le recordaría a más de un lector español cierta obra de Miguel Calatayud (el Peter Petrake nada menos) por como se constituye cierta cohesión lograda en páginas de viñeta única entre las onomatopeyas y algunos de los diseños empleados por Colin para indicar un impacto psicológico o una conmoción física.
Ese espacio biosférico de la caricatura como soporte del dibujo es al tiempo base para la narración y proveedor a su vez de un relato que Colin abona humorísticamente contra la ignorancia y la rapacería que están tras la degradación del medio natural. No son pues el extranjero traficante de pieles Ted Smuggler, las fuentes industriales de contaminación, o los turistas, los únicos personajes y situaciones satirizados a los que se responsabiliza por la destrucción de la naturaleza, sino también a los propios pobladores y las relaciones que estos establecen con la vida vegetal y animal. Como, por ejemplo, llevan a cabo los antiguos compañeros de Caraíba. Pues el hombre se manifiesta en la historia una y otra vez siendo el elemento de variación fundamental de la naturaleza, una en la que no necesariamente sea imposible mejorar las condiciones de vida de sus pobladores como cómicamente se ejemplifica en el emporio chamanístico organizado en torno a la figura del pajé degustador de soufle´au grand manier y entendido en habanos que rehabilitará los vínculos de Caraíba con el folclore nacional. Pues como dice el propio autor:
 

"A idéia é denunciar a devastação da Amazônia, mas sem pretensões eruditas e didáticas. Não sou antropólogo, naturalista, zoólogo ou botânico. Quero protestar satirizando, mas me baseando em pessoas e fatos reais, para dar certa autenticidade ao trabalho."
 

Cuan igualmente importantes las propias relaciones de los individuos con sus semejantes que Colin retrata de la manera que ya hiciera en su famosa serie Vizunga (tira publicada en la Folha de São Paulo entre 1962 y 1964 protagonizada también por un cazador) mostrando a veces aspectos escenográficos que son focalizados a partir de los fundamentos de una obra casi documental en la que se registraran los pasos de una cacería de manaties o la matanza masiva de yacarés. Tan costumbristas como puedan serlo los amoríos del héroe, que tanto recuerdan a algunas de las mejores páginas de Estórias Gerais (titulado Tierra de historias para su edición española), y que no por transmitir una ternura inmediata abandonan el registro caricatural característico del dibujante Flavio Colin. Los habitantes de la Amazonia que Colin nos muestra son tan diversos como puedan serlo los distintos grupos étnicos y las clases sociales que constituyen Brasil.



 
Ya en la representación del folclore brasileño, para quienes gustan de desentrañar las relaciones entre medios de comunicación y folclore, Colin, como otras tantas veces, se las ingenió para pergeñar episodios alegóricos en los que en gran medida se eluden los contenidos inefables o más surreales en favor de la simple y eficaz aventura mediante el cruzamiento de problemas medioambientales y sociales con aquellos otros bien conocidos cuentos recopilados por Alberto da Costa e Silva sobre los que Caraíba arma su relato. Se trata de hecho de una imagen en cierta manera debilitada de el Curupira y la Iara, lo que posibilita que la obra sea abordada por lectores de cualquier edad, si bien no dejan de concurrir en ella grandes monstruos menos particulares como el ararua y la boiúna todavía con un visual en cierto grado terrorífico. Muestra de que la hierofanía y el intercambio entre la vida y la muerte no dejan de ser abordados de forma bien directa en esta serie...

 

 























... si bien el humor tamice los componentes macabros de la intermediación de estos seres fantásticos que acercan al hombre a su medio para restituirlo nuevamente en la naturaleza. Asegurando gracias a esta mezcla de tradiciones populares y preocupación medioambiental también su supervivencia y su evolución. Aunque sea armando a un ejército de monos contra la deforestación. (¡Y qué secuencia esa!)
Un despliegue que en el campo de la imaginación tuvo en Flavio Colin a un maestro realmente primoroso. Aquí en Caraíba desarrolló algunos diseños de personajes que deberían considerarse dignos de ser perpetuados en una mutlitud de copias. No en vano el mismo Curupira llegaría a protagonizar su propia serie de historietas.



ATENCIÓN AMIGOS COLECCIONISTAS:

Me gustaría haber podido rematar la cutrereseña con una nota optimista asegurándoos que este tebeo se publicará algún día en España. (Imaginad aquí vuestro efecto sonoro de decepción favorito.)
De verdad que me gustaría, pero mi puer aeternus no gasta pantalones, y tampoco es que ni él ni yo tengamos mano en el chanchullo de la edición. De hecho se dice del chaval que nació con un muñón donde debía haber crecido la mano izquierda que señala los pasillos hacia el retrete editorial.

Y dicen además que de recién parido salió birollo y todo él verde; como yo nunca le miro a los ojos no sabría decir si es verdad. Apenas se sabe de él que es rubio natural por los pelos rizados que sacan del desagüe de la ducha todas las mañanas de los sábados. Que ni opositando para sietemesino... Ya os digo, el pobre no nos va a poder ayudar a cambiar la olleta caldosa de modernez perpetua y libros de engorde en que se cocina nuestro diversificadísimo mercado español para la cosa esta del tebeo y el color todo de la historieta. 
Aún así, y gracias a la garantía de todo este desplome cultural, os hemos preparado una coñofundación de esas que vienen llenas de recompensas (legañas, espumarajos, y muchísima lencería agujereada en segunda mano derecha por el puer aeternus de la leche): www.caraiba.verkamelo.es
 

Que la ira sea con vosotros mientras tanto.

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